El hijo menor exigió de su
padre sus derechos; él dijo: “dame la parte de los bienes que me corresponde”.
En otras palabras: El
demandó su parte.
En aquellos días la herencia
se transmitía hasta la muerte del padre, y en su gran mayoría, al hijo mayor.
Pero este hijo, pensando en
sí más que en los otros, exigió lo suyo:
Amor para sí, Comprensión
para sí, Tiempo, Dinero, Atención, etc.
Luego tomó su propio camino.
Hermanos en Cristo, Todo
aquel que con soberbia piensa en sí, se separa de sus seres queridos y decide
vivir a su manera, gobernándose por sus dictados, esta persona se endiosa,
pensando tener la razón, y toma un rumbo equivocado.
Esto es vivir
independientemente de Dios.
Es decir: Es vivir a mi manera, y no a la manera de Dios.
Dicho de otra manera es hacer mi voluntad y no la
voluntad de Dios.
El resto es historia y
resultado de la vida separada de Dios.
La cual es: malgastó los bienes, vivió perdidamente, tuvo gran necesidad
y terminó apacentando cerdos.
Dice la
palabra que este hijo desobediente, fue humillado en extremo, pues su fin fue
desear comer lo que los cerdos comían.
No sólo sufrió la vergüenza
de estar con cerdos, sino que además fue maltratado por un amo que tenía dinero
para darle de comer a sus animales pero no para sus criados.
La palabra de Dios
también nos dice que estando en esa condición volvió en sí, se le abrieron los
ojos y se dio cuenta de su error.
Cuantos hoy en día
están reconociendo su error de haberse apartado de Dios.
Este joven se había apartado
de su padre y había pecado, Ahora deseaba
volver.
Decidió humillarse, reconocer su error, regresar a
su padre y pedir perdón.
Decidió someterse al castigo y a las consecuencias
de su desobediencia.
Había vivido perdidamente y había hecho multitud de
pecados, pero reconoció el origen de su mal.
En otras palabras:
había
llevado una vida independiente y separada de su padre.
Pero recapacito en el tiempo
programado por Dios.
Este joven se arrepintió y
volvió, y fue perdonado y restaurado.
Tú que hoy me escuchas puedes hacer lo mismo.
Volver a nuestro Padre celestial y pedirle perdón,
en un arrepentimiento verdadero.
El arrepentimiento es un “volver en sí”.
Es dar una vuelta de 180
grados y dirigirse en una dirección opuesta.
En otras palabras: Es cambiar la forma de pensar y adaptarse a
la de Dios.
Como el hijo pródigo,
debemos estar dispuestos a humillarnos y reconocer nuestras faltas, así como a
aceptar la determinación de nuestro Padre celestial.
El arrepentimiento debe tocar, al menos, tres áreas de nuestra vida:
1. Nuestra opinión : debemos
reconocer que el pecado es una ofensa a Dios y no meramente un mal moral o una
acción que me trae malas consecuencias.
2. Nuestro sentimiento : Dios aborrece el pecado, y éste nos separa de Él.
El genuino arrepentimiento
nos hace sentir lo que Dios siente acerca de Él.
Por eso es que lloramos,
gemimos y nos humillamos por haberlo cometido.
3. Nuestra decisión del pecado: El arrepentimiento genuino lleva consigo la
consecuencia de un cambio real y efectivo de vida, por lo tanto la decisión de
hacer lo correcto y justo.
Todo el bien para
nuestra vida está en Dios.
Pero la relación con Él fue rota a partir del pecado, por lo que
fuimos destituidos de la gloria de Dios. La palabra dice en Romanos 3:23 Pues todos hemos pecado; nadie puede
alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios.
Cuando se peca, le estamos dando la espalda a Dios.
Pues al pecar el hombre desecha a Dios, y se une a satanás,
quien es pecador y padre de toda mentira.
Pero Dios, queriendo restablecer la relación con el hombre,
envió a Jesucristo su Hijo para ofrecerles salvación.
Ahora El pide que todo hombre se arrepienta y se “vuelva” hacia él.
En Jesús, Dios le ha dado a la humanidad la oportunidad del
perdón de sus pecados, por lo que ha mandado a todo hombre que se arrepienta de
su independencia y se someta al Dios todopoderoso y lleno de amor. (Hechos
17.30).
Hechos 17:30 »En la
antigüedad Dios pasó por alto la ignorancia de la gente acerca de estas cosas,
pero ahora él manda que todo el mundo en todas partes se arrepienta de sus
pecados y vuelva a él.
Cuando
un hombre se arrepiente y se voltea a Dios restablece su relación con El.
La Biblia dice: Hechos 3:19-20
Ahora pues, arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios para que sus pecados
sean borrados. (20) Entonces, de la presencia del Señor vendrán tiempos de
refrigerio y él le enviará nuevamente a Jesús, el Mesías designado para
ustedes.
De esa manera se borrara toda
culpa que este en cada uno de aquellos que reciban a Jesús.
¿Pero que es
la culpa? El
Señor no solo perdona nuestros pecados sino que nos libra de la culpa de
haberlos cometido.
La culpa es el sentimiento de haber fallado, el cual
nos acusa del mal, condenándonos por nuestras acciones.
“... he aquí
que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.
Esto fue lo que escuchó el profeta Isaías al confesar que era
inmundo de labios.
Como profeta, a través de su boca había hablado varias
veces la palabra de Dios.
Pero también había pecado con ella.
Cuando Dios se le reveló sintió culpa por su pecado, y Dios,
lleno de amor y misericordia, no sólo limpió su pecado, sino que también le
quitó el peso de la condenación de la culpa.
Isaías 6:1-7 El año en que murió el rey Uzías,* vi al Señor
sentado en un majestuoso trono, y el borde de su manto llenaba el templo. (2)
Lo asistían poderosos serafines, cada uno tenía seis alas. Con dos alas se
cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies y con dos volaban. (3) Se decían
unos a otros: «¡Santo, santo, santo es el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales!
¡Toda la tierra está llena de su gloria!». (4) Sus voces sacudían el templo
hasta los cimientos, y todo el edificio estaba lleno de humo. (5) Entonces dije:
«¡Todo se ha acabado para mí! Estoy
condenado, porque soy un pecador. Tengo labios impuros, y vivo en medio de un
pueblo de labios impuros; sin embargo, he visto al Rey, el SEÑOR de los
Ejércitos Celestiales». (6) Entonces uno de los serafines voló hacia mí con
un carbón encendido que había tomado del altar con unas tenazas. (7) Con él
tocó mis labios y dijo: «¿Ves? Este carbón te ha tocado los labios. Ahora tu
culpa ha sido quitada, y tus pecados perdonados».
Jesús nos
libra de la culpa, Un ejemplo de la libertad de la culpa que Jesús nos
ofrece se nos relata en el pasaje de la mujer adúltera.
Esta era una mujer que los fariseos llevaron ante Jesús tras de
haberla descubierto en el acto de pecar.
Preguntándole al Señor si debían o no apedrearla.
Ante la insistencia, Jesús dijo que aquel que no tuviera pecado
fuera el primero en tirar la piedra, y aquellos, acusados por su conciencia y
no estando libres de culpa, abandonaron el lugar.
Quedaron Jesús y aquella mujer solos, y el Señor, el único libre
de pecado entre ellos, dijo a la mujer que él no la condenaba (Juan 8.1-11).
Juan 8:1-11 Jesús regresó al Monte de los Olivos (2) pero, muy
temprano a la mañana siguiente, estaba de vuelta en el templo. Pronto se juntó
una multitud, y él se sentó a enseñarles. (3) Mientras hablaba, los maestros de
la ley religiosa y los fariseos le llevaron a una mujer que había sido
sorprendida en el acto de adulterio; la pusieron en medio de la multitud. (4)
«Maestro —le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de
adulterio. (5) La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?». (6)
Intentaban tenderle una trampa para que dijera algo que pudieran usar en su
contra, pero Jesús se inclinó y escribió con el dedo en el polvo. (7) Como
ellos seguían exigiéndole una respuesta, él se incorporó nuevamente y les dijo:
«¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!». (8)
Luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el polvo. (9) Al oír eso, los
acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad,
hasta que quedaron sólo Jesús y la mujer en medio de la multitud. (10) Entonces
Jesús se incorporó de nuevo y le dijo a la mujer: —¿Dónde están los que te acusaban?
¿Ni uno de ellos te condenó? (11) —Ni uno, Señor —dijo ella. —Yo tampoco —le
dijo Jesús —. Vete y no peques más.
La actitud y las palabras de Jesús revelaban su propósito de
perdonarle el pecado y librarla de toda culpa.
La Biblia nos enseña que Jesús
vino a salvar al mundo, no a condenarlo.
En el libro del Apóstol
Juan, se nos dice: Juan 3:16-17 »Pues
Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en
él no se pierda, sino que tenga vida eterna. (17) Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
En otras palabras: por su
sangre nos limpió la conciencia de toda culpa.
Hebreos 9:14
Imagínense cuánto más la sangre de Cristo nos purificará la conciencia de
acciones pecaminosas* para que adoremos al Dios viviente. Pues por el poder del
Espíritu eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio perfecto
por nuestros pecados.
Volviendo al
primer ejemplo del relato del hijo pródigo.
Podemos ver como Nuestro
Padre Celestial nos limpia de todo pecado cuando realmente nos arrepentimos y
nos humillamos ante él.
Después de vivir
perdidamente y malgastar los bienes, el hijo se arrepintió y decidió regresar a
la casa de su padre, pensando que había perdido su posición de hijo y que ahora
le correspondía ser un jornalero.
Cuando el padre lo vio lo
recibió lleno de misericordia, recordándole su dignidad de hijo y restaurándolo
en su posición.
Es decir: Mandó a vestirlo espléndidamente y ordenó a
los jornaleros servirlo y hacerle una gran fiesta, dejando claro a su hijo que
le extendía su perdón y que su pecado no había disminuido su amor hacia él (Lucas
15.11-32).
Por otro lado vemos otro
ejemplo.
La mujer con flujo de sangre nos presenta otro
ejemplo de la gracia de Dios para librarnos de toda la culpa.
Esta era una mujer enferma
por 12 años, que al oír hablar de Jesús se le acercó a tocarle el manto creyendo
que sería sana.
En aquellos tiempos una mujer
con flujo de sangre no podía tocar ni acercarse a un hombre, pues lo hacía
impuro.
Las leyes y las
costumbres eran bien rígidas, y las mujeres que lo hacían eran rechazadas y
hasta apedreadas.
Pero ella fue valiente y creyó en el poder y la
misericordia de Dios y fue sana.
Jesús al saberlo preguntó quién
la había tocado, pues de no hacerlo aquella mujer, aunque sana, hubiera quedado
con la culpa de haber hecho algo prohibido.
Al descubrirse, Jesús
declaró públicamente que era salva por su fe, dejando claro que no la culpaba
por lo hecho.
Tocar el manto sanó a aquella mujer, pero la
atención de Jesús la liberó de la culpa.
Iglesia,
el arrepentimiento de nuestros pecados nos lleva a un cambio real de vida.
Como
Dios perdonó nuestros pecados y nos libró de culpa, ahora debemos ser
responsables y vivir una nueva vida, apartándonos del pecado, del mundo y del
diablo.
Ahora debemos cambiar nuestra forma de pensar, de sentir y de
actuar.
Debemos dejar atrás nuestra pasada manera de vivir y dirigirnos a
una nueva vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario