OBEDIENCIA FE Y VICTORIA.
Cuando
escuchamos la palabra de Dios, y la ponemos activa en nuestra vida, es cuando
tenemos la esperanza de ser librados y bendecidos, como lo fue Abraham y su
esposa Sara.
Veamos lo que dice el libro de Isaías.
Isa 51:1-8 «Escúchenme, todos los que
tienen esperanza de ser liberados, todos los que buscan al SEÑOR. Consideren la
piedra de la que fueron tallados, la cantera de la que fueron extraídos. Sí,
piensen en Abraham, su antepasado, y en Sara, que dio a luz a su nación. Cuando
llamé a Abraham, era un solo hombre; pero, cuando lo bendije, se convirtió en
una gran nación». El SEÑOR volverá a consolar a Israel* y tendrá piedad de sus
ruinas. Su desierto florecerá como el Edén, sus lugares desolados como el
huerto del SEÑOR. Allí se encontrarán gozo y alegría; los cantos de gratitud
llenarán el aire. «Escúchame, pueblo
mío; óyeme, Israel, porque mi ley será proclamada y mi justicia llegará a ser
una luz para las naciones. Mi misericordia y mi justicia ya se acercan, mi salvación
viene en camino; mi brazo fuerte hará justicia a las naciones. Las tierras
lejanas me buscarán y con esperanza aguardarán mi brazo poderoso. Levanten los
ojos a los altos cielos y miren la tierra abajo. Pues los cielos desaparecerán
como humo y la tierra se gastará como una prenda de vestir. Los habitantes de
la tierra morirán como moscas, pero mi salvación permanece para siempre; mi
reinado de justicia nunca tendrá fin. »Escúchenme, ustedes que distinguen entre
lo bueno y lo malo, ustedes que atesoran mi ley en el corazón. No teman las
burlas de la gente, ni tengan miedo de sus insultos. Pues la polilla los
devorará a ellos como devora la ropa y el gusano los comerá como se come la
lana. Pero mi justicia permanecerá para siempre; mi salvación continuará de
generación en generación».
Para
poder entender lo que Dios ha hecho con nosotros, debemos primero vernos cuando
estábamos sin Cristo, cuando estábamos perdidos.
Volver
nuestros ojos atrás, mirar de donde fuimos cortados, mirar a Cristo y necesariamente
mirar a Abraham, nuestro padre, porque aunque fue uno solo, Jehová dijo:
"lo llamé , lo bendije y lo multipliqué" y nosotros somos fruto de
esa bendición.
Todos
los que hemos nacido de nuevo, debemos considerar que fuimos formados en pecado.
Porque
todos los hombres nacemos destituidos de la gloria de Dios.
Esto
debería mantener nuestro corazón humilde y pensar en la gracia divina.
El
Señor en este pasaje nos recuerda nuestra herencia espiritual, por medio de
Abraham, somos los descendientes de Abraham en Cristo.
Gálatas 3:6-9 Del mismo modo, «Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo
debido a su fe»*. Así que los verdaderos hijos de Abraham son los que ponen su
fe en Dios. Es más, las Escrituras previeron este tiempo en el que Dios
declararía justos a los gentiles* por causa de su fe. Dios anunció esa Buena
Noticia a Abraham hace tiempo, cuando le dijo: «Todas las naciones serán
bendecidas por medio de ti»*. Así que todos los que ponen su fe en Cristo
participan de la misma bendición que recibió Abraham por causa de su fe.
Cuando
miramos hacia atrás, el Señor nos pide que recordemos nuestro origen, para que
podamos comprender que hacemos parte de la semilla de Abraham.
Tengamos
muy presente que todos nosotros fuimos arrancados del hueco de la cantera, del
abismo de la perdición y escogidos para traer bendición a este mundo.
A
través de nosotros como testigos de Dios, el mundo encontrará salvación y
justicia.
La fe
es la que pone a una persona en relación con Dios y no las obras de la ley.
Abraham
fue un hombre que encarnó la fe, a quién Dios le hizo la gran promesa de que
todas las familias de la tierra serían benditas en él.
Ahora,
entendamos que esta es una promesa consoladora, una gran herencia y un fundamento
sólido para vivir en obediencia y fidelidad ante Dios.
El
Apóstol Pablo declara que ser un descendiente de Abraham, no es cosa de la
naturaleza física, sino del que tiene una fe verdadera en Jesús.
Podemos
decir que por creer, todos hemos recibido al Espíritu Santo, pero ante todo
debemos sentirnos seguros de nuestra fe, porque el Santo Espíritu de Dios, da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Y
Cristo es el fundamento de nuestra fe.
Y
nuestra fe, debe estar basada en Él.
Por
medio de la obediencia y fidelidad.
Recordemos
que el Poder de lo Alto, el cual es el Espíritu Santo, nos da un poder especial
para vivir para Dios en obediencia.
Una
de las obras más grandes de Él, es enseñarnos a perseverar, a mantenernos en
hacer lo que es correcto, independientemente de las circunstancias de la vida
que estamos llevando.
Cristo
tomó la maldición de la ley sobre sí mismo, cuando fue crucificado.
Lo
hizo para que no tuviéramos que enfrentar nuestro castigo.
Solo
creyendo en la provisión de Dios, Jesucristo, podemos vivir libres del pecado y
en el poder del Espíritu Santo.
Ser
rectos, con Dios en nuestro propio esfuerzo, no funciona.
Porque
las buenas intenciones como: “la próxima vez lo haré mejor o nunca lo volveré a hacer”, usualmente terminan en fracaso.
Por
eso es muy importante que vivamos en el Espíritu de Dios.
Él es
el único que puede ayudarnos a vivir una vida espiritual consistente y esto
requiere de una fe viva, de una entrega permanente a Dios.
Todos sabemos que Jesús vino hacer la voluntad de Dios, y pudo
ver que si
los frutos no se recogen se caen y se pierden, por tanto, hoy en día nosotros
tenemos una función muy especial para Dios, es que debemos ser un obrero
aprobado para trabajar en la mies del Señor.
Actualmente la gente se pierde porque no hay quien le
hable las buenas nuevas.
El pueblo de Dios no está haciendo la labor que por
medio de la palabra de Dios, hemos sido encomendados.
Mateo 9:35-38 Jesús recorrió todas las ciudades y aldeas de esa región, enseñando en
las sinagogas y anunciando la Buena Noticia acerca del reino. Y sanaba toda
clase de enfermedades y dolencias. Cuando vio a las multitudes, les tuvo
compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor. A
sus discípulos les dijo: «La cosecha es grande, pero los obreros son pocos. Así
que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más obreros
a sus campos».
Como
todo buen estudiante de la palabra, sabemos que después del Sermón del monte,
Jesús comienza a hacer muchas señales por todos lados.
Es
decir que este hombre, hijo del Altísimo, fue sanando toda enfermedad y
dolencia del pueblo.
Jesús,
recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas y predicando
el evangelio del Reino, y mientras cumplía esa labor encomendada por su Padre,
se topaba con gente muy necesitada.
La
gente que lo escuchó y lo vio hacer tantos milagros, se juntaban en multitudes
para ver a Jesús y escuchar su palabra.
Es lo
mismo que hoy hacemos los pastores que nos sometemos a su palabra y hablamos la
verdad del evangelio, porque vivimos en la fe verdadera.
Podemos
decir que Jesús era grandemente conmovido al ver la condición espiritual en que
vivía la gente.
Jesús
vio la multitud como a una mies, o un campo que está listo para recoger el
fruto.
Recordemos
que para que el campo produjera el fruto esperado, se necesitaban personas que
trabajaran la tierra, un arado con dos bueyes que se amarraban para surcar la
tierra, ambos en la misma dirección.
Hoy
en día los que se hacen llamar cristianos, no están trabajando la tierra para
sembrar, sino que están llenando la tierra de basuras.
Tales
como chismes, blasfemias, adulterios, murmuraciones, hipocresías y toda esa
clase de basura que aborrece Dios, es lo que están sembrando estos falsos
llamados “cristianos”.
El
buen agricultor siembra la buena semilla y espera con paciencia, la lluvia que
viene del cielo.
Pero
el mal agricultor, siembra con desesperación la cizaña y espera impaciente el
resultado de su maldad, o el huracán que propagó.
Pero el buen agricultor que lleva
la palabra de Dios, siente regocijo cuando la lluvia llega y el fruto sale.
Pero para que esto suceda, el buen
agricultor tenía que esperar y ser muy paciente.
Es decir: Una vez hecho esto, era cuestión de
tiempo para ver el fruto en el campo.
Después
de un tiempo, salía la planta, luego salían las espigas y en las espigas salía
el grano del trigo que le daba a la mies un color blanco característico, que
hacía que los campesinos se dieran cuenta que los campos estaban listos para
recoger el fruto.
Jesús
dijo en una ocasión a sus discípulos:
Juan 4:35-38 Ustedes conocen el dicho: “Hay cuatro meses entre la
siembra y la cosecha”, pero yo les digo: despierten y miren a su alrededor, los
campos ya están listos* para la cosecha. A los segadores se les paga un buen
salario, y los frutos que cosechan son personas que pasan a tener la vida
eterna. ¡Qué alegría le espera tanto al que siembra como al que cosecha! Ya
saben el dicho: “Uno siembra y otro cosecha”, y es cierto. Yo los envié a
ustedes a cosechar donde no sembraron; otros ya habían hecho el trabajo, y
ahora a ustedes les toca levantar la cosecha.
Como
podemos apreciar, Jesús estaba hablando a los discípulos en un sentido
espiritual no en un sentido literal, él se estaba refiriendo a que había llegado
el tiempo de alcanzar el mundo con el Evangelio.
Jesús,
hoy sigue mirando con compasión la condición espiritual en la que vive la
presente generación, y tú que hoy escuchas este mensaje, levántate como obrero
aprobado, porque la mies es mucha, y los obreros son pocos, tenga presente que el
tiempo se ha acortado.
Has
parte de esa minoría de obreros, que se levantan a sembrar la palabra de Dios.
No
estés prestando tus oídos, para que el diablo te susurre con chismes y
mentiras.
Sé
más bien un obrero victorioso en Jesús, el Hijo de Dios.
Recordemos que en medio de las dificultades y los
apuros de la vida, debemos levantarnos con el Espíritu de victoria en Cristo
Jesús.
Jamás
te sientas en derrota porque tú haces parte del Reino de Dios.
Su
mano Poderosa nos sostiene y nos lleva de victoria en victoria.
Ya
que ÉL es el único que ordena
nuestros pasos y apruebas el lugar por donde andamos.
1Corintios 15:57-58 ¡Pero gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte
por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, mis amados hermanos,
permanezcan fuertes y constantes. Trabajen siempre para el Señor con
entusiasmo, porque ustedes saben que nada de lo que hacen para el Señor es
inútil.
Tengamos
muy presente que de acuerdo a los parámetros de la Biblia, la vida cristiana es
una vida de victoria y que triunfa en medio de las dificultades de la vida.
A los ojos de Dios la victoria es
cuestión de carácter, no de cuanto logro obtener.
Cualquier
persona cuando todo le sale bien está contenta y se siente un
“triunfador", pero Dios se agrada más de aquél que aún en medio de su
problema o dolor mantiene una actitud victoriosa.
Esa
actitud de victoria es la que necesitamos aprender, independientemente de las
circunstancias que nos rodean.
Recordemos
que la Victoria es la firmeza para no caer.
La Constancia
para no detenerse y el Crecimiento para no debilitarse.
En
otras palabras podemos decir que “Es la actitud interior de fe que
nos impulsa a vivir independientemente de las circunstancias que nos rodean,
creyendo en el cumplimiento de las promesas fieles de Dios”.
La Biblia dice que el cristiano puede
vivir en victoria constante.
2Corintios 2:14-17 Pero,
¡gracias a Dios!, él nos ha hecho sus cautivos y siempre nos lleva en triunfo
en el desfile victorioso de Cristo. Ahora nos usa para difundir el conocimiento
de Cristo por todas partes como un fragante perfume. Nuestras vidas son la
fragancia de Cristo que sube hasta Dios. Pero esta fragancia se percibe de una
manera diferente por los que se salvan y los que se pierden. Para los que se
pierden, somos un espantoso olor de muerte y condenación. Pero, para aquellos
que se salvan, somos un perfume que da vida. ¿Y quién es la persona adecuada
para semejante tarea? Ya ven, no somos como tantos charlatanes* que predican
para provecho personal. Nosotros predicamos la palabra de Dios con sinceridad y
con la autoridad de Cristo, sabiendo que Dios nos observa.
Dios nos impregna de victoria para que
manifestemos en todo lugar olor a victoria.
Como
creyentes podemos caracterizarnos por tener una actitud diferente ante las
adversidades de la vida.
La vida del Apóstol Pablo es un
ejemplo de aquellos que vivieron una vida de victoria.
Este
hombre de Dios tuvo todo para ser un derrotado y miserable en su vida, pero de
él fluía un espíritu de victoria.
No
importa lo que usted hoy esté atravesando, por más difícil que parezca.
Decida
ahora mismo levantarse en el Nombre del Señor Jesús y adopte una actitud
victoriosa en medio de los tiempos difíciles.
Esa
es la actitud que el Señor espera de aquellos que anhelan llegar a disfrutar la
bendición espiritual.
Mire, levántese y se un obrero del
cual no tiene de que avergonzarse.
Use la palabra de Dios, correctamente
en su vida.
Sea un buen ejemplo y gánese el
aprecio de Dios y no el aplauso del hombre.
No
intente impresionar con su falsa actitud al hombre, más bien escudriñe la
palabra de Dios y póngala aprueba en su vida, primeramente, de un buen
testimonio y así se ganara el favor de Dios.
Muchas
personas que seguramente usted conoce, espera de usted una palabra de
salvación.
Llévesela y demuéstrele que cristo
está en usted.
Tenga
presente que su testimonio habla por sí solo de nuestro comportamiento y
actitud.
Gracia y Paz
Pastor y administrador Rogers
Infante
Que Dios derrame Bendiciones en mi vida, mi familia y a mis hermanos en la fe.
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